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Encíclica publicada de León XIII del 15 de Mayo de 1891 sobre la situación social y las pistas para una solución cristiana. Durante cien años fue una referencia firme de la actitud de la Iglesia ante la llamada "cuestión obrera".
En su momento fue una gran encíclica, aunque luego sus planteamientos quedaran envejecidos. La visión del liberalismo extremo y del comunismo, que entonces se iniciaban, son más pastorales que técnicas, pero no deja de reflejar un gran paso de la Iglesia en la demanda de un nuevo orden en el mundo moderno.
Se defiende el derecho natural a la propiedad privada, pero siempre supeditada al bien común. Atribuye al Estado la misión de promover el bien público y el privado. Condena el materialismo y la lucha de clases, pero reconoce el derecho a la defensa, incluso por la huelga. Reclama el salario justo y la libertad de asociación.
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